Estamos experimentando, a escala planetaria, unas circunstancias nunca vividas por las personas que actualmente habitamos el planeta. Por lo tanto, es obvio que, ante lo que está pasando, nos hacemos muchas preguntas y encontramos pocas respuestas.
En estas reflexiones, mi intención no es especular sobre el origen de este virus y lo que pueda haber detrás de cómo se ha originado, sino fijarnos en lo que podemos aprender de esta experiencia que todos y todas estamos viviendo, centrando la atención en las resonancias que despierta en cada uno de nosotros.
Sabemos que un mismo hecho puede ser vivido de muchas maneras. Es coherente que sea así, ya que las experiencias nos invitan a aprender y, aunque hay cosas que son un aprendizaje para todos, hay otras que son un aprendizaje específico para cada uno.
Como es obvio, no me centraré en las experiencias específicas que cada uno necesite aprender, ya que esto implica un conocimiento individualizado de cada persona. Aquí quiero focalizar la atención en algunas de las muchas cosas que todos y todas deberíamos aprender de esta situación que estamos viviendo:
- Conciencia de la limitación de la mente racional. Los avances tecnológicos han contribuido a alimentar el ego. La mente a menudo piensa que lo puede todo, y resulta que la «todopoderosa ciencia» no tiene la solución para hacer frente y vencer algo tan pequeño, que sólo es visible al microscopio. Esta es una buena lección de humildad para la mente racional. ¿Sabrá nuestra mente racional aprender esta lección?
- Conciencia de la fragilidad humana. Somos tan frágiles que nuestra manera de estar en este mundo puede cambiar en un instante y de manera imprevista. Esta experiencia nos invita a no buscar la seguridad en cosas superfluas, en estructuras caducas que pueden derrumbarse ante una tormenta inesperada. Necesitamos rescatar los valores perennes, los de siempre, lo que es importante en la vida y que no debería perderse nunca, independientemente de la dirección evolutiva que tome la sociedad. Algunos de estos valores son: el respeto por la vida, la propia y del entorno, incluyendo las personas y otros seres, animados y no animados; el amor; la fraternidad; la cooperación generosa y solidaria; el respeto por la libertad; la conciencia de ser parte del planeta, del cosmos; el respeto por la fragilidad, propia y de los demás, ya que emerge la ternura y es el puente que nos vincula al INFINITO, nuestro origen.
- Revalorización de las relaciones humanas. Algo importante que también deberíamos aprender es a hacer más espacios en nuestra vida para detenernos y mirar con confianza, respeto y amor; para darnos un abrazo y decirnos que nos amamos; para estar simplemente compartiendo un café o un té; para compartir una comida o una cena en un día de fiesta con una buena sobremesa; para ayudarnos si lo necesitamos; para pasear; para salir a la naturaleza, referente de vida y regeneración; para celebrar las pequeñas grandes cosas que conseguimos con nuestro esfuerzo constante; para agradecer los pequeños grandes regalos que la vida nos ofrece cada día, etc.
Estas sólo son algunas de las muchas cosas que podemos aprender de la experiencia que nos toca vivir, independientemente de nuestra condición económica, cultural, de raza, de sexo y de edad.
No menos importante, es todo lo que cada uno de nosotros podemos aprender en función de nuestra situación personal. Mira lo que hace resonar en ti esta situación de confinamiento. ¿Qué sentimientos te despierta? ¿Qué pensamientos? ¿Qué temores? ¿Qué replanteamientos? ¿Qué otra manera de ver y valorar las personas, las cosas?
Pregúntate si en tu día a día respetas el ciclo natural de la vida, el movimiento entre la actividad y el reposo. Las cuatro estaciones ya nos lo enseñan: el otoño y el invierno nos conducen a la interiorización, el reposo; la primavera y el verano nos invitan a la actividad y la celebración. Para no olvidarlo en el día a día nos lo recuerda en el ciclo de las 24 horas: el atardecer y la noche nos recuerdan la importancia del reposo; la aurora y el día nos enseñan el inicio de la fase de actividad.
Y para tenerlo presente en cada instante de nuestra vida, el latido del corazón (sístole = actividad; diástole = reposo), el ritmo de la respiración (inspiración = actividad; expiración = reposo) y el tono muscular (esfuerzo = actividad ; relajación = reposo) nos lo recuerdan continuamente.
A pesar de todos estos avisos, los humanos nos hemos olvidado de esta ley que regula los procesos naturales de la vida, tendiendo a magnificar la actividad y a menospreciar el recogimiento y el silencio receptivo.
El olvido nos afecta, tanto individual como socialmente. A nivel individual, la alteración de este ritmo natural provoca muchos problemas de salud, como por ejemplo: estrés, alteración del ritmo cardíaco, presión arterial descompensada…, con consecuencias, a veces irreversibles.
Socialmente tampoco se respeta el ritmo natural de actividad-reposo. Así, por ejemplo, se convierte el ocio en una actividad más, a menudo también estresante. Los agricultores que cultivan cereales siembran cada año toda la tierra, en lugar de sembrar la mitad dejando reposar la otra mitad, como era costumbre hace sólo algunas décadas. Las salidas a la naturaleza muchas veces se convierten en un desafío de poder en lugar de una oportunidad para meditar y para aprender tantas y tantas cosas que la naturaleza nos ofrece y que nos recuerdan los ritmos naturales mencionados.
Así es como nos hemos ido alejando del ritmo natural de la vida, priorizando la producción y entrando en un círculo vicioso que se autoalimenta, me refiero a la productividad-consumo. Este círculo vicioso nos conduce inevitablemente a un callejón sin salida.
¿A dónde nos ha llevado esta alteración del ritmo natural? A la alteración y empeoramiento de la salud, tanto de la salud de los individuos como del planeta.
¿Seremos capaces de reflexionar y aprender de esta experiencia que estamos viviendo? Tendremos la decisión y el coraje de rectificar una dirección equivocada y, alineados con las leyes que regulan los procesos naturales de la vida, nos uniremos para emprender un camino que nos conduzca a la salud holística, individual y del planeta que nos acoge y sostiene?
Ojalá seamos capaces de aprender la lección, sin que haga falta otra situación similar por haber suspendido esta prueba.
Ramon V. Albareda
Teólogo, Psicólogo y Sexólogo
Creador y asesor de ESTEL, Centro de Crecimiento Personal y
Escuela de Estudios Integrales
Co-creador del enfoque llamado Transformación Holística
y de una de sus aplicaciones, la Sexualidad Holística
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